Hola, mi nombre es Sara. Tengo 36 años y soy ciega de nacimiento. Quiero compartir mi testimonio sobre mi nacimiento el 13 de noviembre de 1987.
Una tarde, mi mamá rompió bolsa y fue al hospital. Allí, después de realizarle los estudios pertinentes, le informaron que su parto era muy riesgoso, ya que solo tenía cinco meses y medio de embarazo. Yo era muy pequeña y muchos de mis órganos aún no estaban bien formados. Por lo tanto, los médicos decidieron inyectarle medicamentos para eliminar cualquier infección y ayudarme a madurar más rápido. Mientras tanto, se pidió a la iglesia que orara por nosotros.
Unas horas más tarde, los médicos le dijeron a mi mamá que debido al alto riesgo del parto, tenía que elegir entre salvar su vida o la mía. Mi mamá firmó los papeles para que yo viviera, aunque eso significaba que ella podría morir. También le informaron que, si sobrevivía, tendría muchas dificultades neurológicas: no podría hablar, me costaría caminar y siempre dependería de alguien.
Pasado un tiempo, le hicieron una ecografía a mi mamá para ver cómo estaba todo, ya que yo corría riesgo de morir por la falta de líquido amniótico. Sorprendentemente, descubrieron que el líquido amniótico se renovaba constantemente, a pesar de la ruptura de la placenta. Era como si el líquido fluyera continuamente, similar a una canilla abierta. Esto fue un milagro de Dios, y los médicos quedaron asombrados.
Gracias a este milagro y a las oraciones de la congregación, los médicos decidieron dejarme tres días más en el vientre de mi mamá. El 16 de noviembre, nací a las 8 de la noche, pesando solo 1 kg, con cinco meses y medio de gestación. Me colocaron en una incubadora, pero la luz de la incubadora quemó mis ojos, dejándome ciega.
Estuve 15 días en la incubadora y, milagrosamente, en ese tiempo mi desarrollo avanzó como si hubiera estado dos meses más en el vientre. A los 15 días, ya tenía el desarrollo equivalente a un bebé de 7 meses, y después de otros 15 días, mi desarrollo era el de un bebé de 9 meses, el tiempo completo de gestación.
Aunque fue difícil para mi familia aceptar mi ceguera, el Señor les dio fuerzas para sacarme adelante. Fui a la escuela primaria, aprendí a leer y escribir, y también completé la secundaria. Todo esto fue posible gracias al Señor y al apoyo de mi familia.
Hoy, a mis 36 años, estoy aquí para contar esta historia junto a mi mamá, quien también sobrevivió. Este testimonio es una muestra de que, aunque los médicos tenían un pronóstico negativo, el Señor tenía la última palabra. Espero que mi historia sea de bendición para sus vidas. Muchas bendiciones para todos.
Sara Espínoza – Beneficiaria del proyecto “La Verdad a Mano”.
Miembro de Reflexiones Bíblicas (grupo virtual de Interacción Bíblica para personas ciegas). Colaboradora en la accesibilidad para niños ciegos, del Proyecto Open the Book.